La huella hondureña del general Máximo Gómez (2da parte y final)


Por. Gustavo Robreño Díaz.

El 7 de junio de 1879, el mayor general Máximo Gómez asume oficialmente el cargo de jefe militar del puerto de Amapala, el más importante acceso marítimo hondureño al océano Pacífico.

Allí se enfrasca en organizar y disciplinar una tropa de improvisados soldados, hasta que en los primeros días de octubre y ante la enfermedad de su esposa, solicita autorización al presidente Soto para realizar un viaje a Jamaica.

El pago de las deudas contraídas por la familia y su interés por dejarlos en una mejor situación económica, hacen que tenga que recurrir a un préstamo, incluso para costear el viaje de regreso a Honduras, incorporándose a sus funciones el 17 de enero de 1880.

El prestigio ganado por el veterano mambí como organizador es tal, que tan pronto como el 2 de febrero –por encargo presidencial– se le hace responsable también de toda la infraestructura civil del puerto de Amapala.

Tanto en su diario como en la correspondencia a familiares y amigos, da fe de su intención de no defraudar la confianza depositada en él a sabiendas de que, a partir de su desempeño y su conducta, se juzgaría la del resto de los cubanos en ese país.

Por el pan de los suyos

Para mediados de 1880 la situación económica de su familia en Jamaica se hace desesperante. A la vez, los negocios que ha tratado de fomentar no han reportado los dividendos que esperaba. Ante esta realidad, decide ir por los suyos y llevarlos con él a Honduras.

Luego de un azaroso viaje a través de Belice, llega a Jamaica el 10 de diciembre. Emprende de inmediato gestiones para conseguir un préstamo que le permita costear los pasajes de su familia hasta Centroamérica.

El dinero que logra adquirir –a pagar con intereses–, solo le garantiza sufragar el viaje de su prole hasta Belice, a donde arriban el 17 de enero de 1881

Un nuevo préstamo le permite emprender viaje el 22 de enero con rumbo a Puerto Cortés, en el Caribe hondureño, a donde arriba dos días después.  El 25 continúa viaje en tren a San Pedro Sula, donde ha resuelto dejar a su familia.

A partir de ese momento son ingentes sus tentativas por fomentar algún negocio que le permita el sostenimiento de los suyos. Sin embargo, uno tras otro, cada intento concluye en fracaso.

Ante la perentoria situación familiar, el presidente Soto le concede una “licencia sin término” del servicio en el ejército y un nuevo adelanto financiero para que trate de establecer algún negocio, preferentemente en el sector agrícola.

En pos de ello se encontraba el general Gómez cuando el 6 de agosto – y como prueba inequívoca de la confianza que en él tenía el mandatario hondureño– recibe un telegrama del presidente Soto pidiéndole que se traslade a Puerto Cortés y trate de obtener información sobre una presunta conspiración que allí se fragua contra su gobierno.

A pesar de encontrarse aquejado de fiebres, Gómez siente que su deber es corresponder a quién tantos gestos de buena voluntad ha tenido para con él y el resto de los cubanos residentes allí. Parte inmediatamente en tren. El día 15 ya tiene respuesta para el presidente Soto: “…se habla de una invasión por la costa norte, procedente de Guatemala, en aseguramiento de la cual, se dice, hay un alijo de 200 armas enterrado en un lugar no precisado del litoral…”

Para finales de 1881, a lo precario de su situación financiera, se une el hecho de que las continuas enfermedades, sobre todo las fiebres, hacen mella en su familia. El resumen del año en su imprescindible “Diario de Campaña” es harto elocuente: “…Sigo mal de salud y toda la familia. Ya no sé qué remedios y qué método adoptar para curarme las fiebres; nos ha recibido tan mal el clima, que quizás tenga que retirarme de este lugar…”

Sin embargo, lo peor estaba aún por venir. El 16 de febrero de 1882 fallece su pequeño hijo Andrés. En el mes de abril, Laito, el primogénito –fruto de su primer matrimonio en Republica Dominicana y a quién había mandado a buscar a Honduras– enfermó de gravedad y solo sus cuidados de amoroso padre lo arrancaron de los brazos de la muerte; “…he servido de médico y enfermero…” 

Los negocios por fomentar, una mina de cal y una plantación de Jiquilete, dan solo mediocres resultados y la salud de su familia recaen continuamente. Para finales de 1882 Gómez toma la decisión de abandonar Honduras y valora inicialmente la posibilidad de trasladarse a El Salvador. Le preocupa que, para ese momento, su deuda asciende ya a 600 pesos y mientras se mantenga en Honduras esta seguirá creciendo.

A pesar de la premura, considera elemental deber de gratitud despedirse del presidente Soto, por lo que el 4 marzo se presenta en la sede del gobierno. Sin embargo, una vez más, el jefe del ejecutivo hondureño le insiste para que no se vaya y le propone, en sociedad con el propio gobierno, establecer la hacienda lechera más grande del país, a la vez que pagar sus deudas.

De inmediato, el laborioso general pone manos a la obra de la hacienda lechera, sin abandonar por completo la extracción de cal. No obstante, el mal estado constante en la salud de su familia, en particular de su fiel “Manana”; la misma que por diez largos años lo siguió –sin una queja– en los difíciles días de la guerra; y los resultados poco alentadores  en ambos negocios, hacen que al cierre de 1883 sea definitiva su decisión de abandonar Honduras: “…Consumidos mis recursos (…) creo lo más juicioso venderlo todo a precio bajo y buscar amparo en otra tierra…”

Cuba: su palabra empeñada.

El año 1884 le trae el aviso de los Centros Revolucionarios Cubanos, fundamentalmente en Nueva York y Cayo Hueso, de que se acometen trabajos, dentro y fuera de Cuba, para insurreccionar nuevamente a la Isla y lo invitan a participar de ellos. A pesar de las vicisitudes por las que atraviesa en el orden personal y familiar, la respuesta del viejo soldado no se hace esperar: “…Dispuesto siempre a cumplir mi palabra empeñada, cuenten conmigo cuando sea llegada la hora…”

Tratando de no dejar deudas ni cuentas pendientes se halla cuando, el 10 de mayo, le es diagnosticada una grave pulmonía que le impide moverse de la cama. Sucesivamente van cayendo en cama “Manana” y, uno tras otro, sus hijos. Ante esta situación, el Dr. Eusebio Hernández se traslada urgente desde Tegucigalpa, sin poder impedir que el día 15 muera la pequeña Margarita. En su lecho de enfermo llora el recio general la pérdida de su niña; segundo de sus hijos que pierde en tierra hondureña.

Aun convaleciente, recibe respuesta de algunos Centros de Emigrados asegurándole estar de acuerdo con las líneas generales trazadas por él para organizar un nuevo intento por encender la llama de la Revolución en la Isla, y que la historia de Cuba recogió para la posteridad como Plan Gómez-Maceo.

De común acuerdo con el “Titán de Bronce” considera que ha llegado el momento de pasar a la acción. Ambos jefes se sumen en intensas reuniones de trabajo, sobre la manera más efectiva de promover el levantamiento en la Isla. Se envían circulares desde Honduras a todos los patriotas comprometidos en Cuba, Cayo Hueso, Nueva York, Jamaica, República Dominicana y otros lugares. Me esperan impacientes, apunta, “…para que yo me ponga al frente del movimiento revolucionario que se inicia…”

El representante de la corona de España en Centroamérica presiona al nuevo gobierno hondureño, que asumiría sus funciones en noviembre de ese año, para que expulse a Gómez y Maceo del país por estar fraguando desde allí una nueva guerra en Cuba. El general Gómez escribe: “… Ya Hernández me había comunicado la pantomima del cónsul general de España en Centroamérica…”

El 10 de junio acuerdan trasladarse a Estados Unidos para desde allí continuar los trabajos iniciados en Honduras. A precio “de remate” vende todo lo que no sea imprescindible para el viaje y le permita abandonar ese país sin deudas pendientes.

El 29 de julio de 1884 parte hacia Puerto Cortés, junto al general Antonio Maceo, y desde allí parten el 2 de agosto a bordo del vapor Santa Dallas, con destino a Nueva Orleáns. Así concluía su presencia en Honduras el mayor general Máximo Gómez.

A pesar de que no encontró allí la ventura económica deseada, su estancia en esa nación centroamericana le permitió –consolidar en unos casos y modificar en otros– sus criterios sobre cómo debía estructurarse y articularse la futura república que naciera en Cuba, fruto del sacrificio de toda una legión de sus mejores hijos, de la que él fue, por derecho propio, su general en jefe.

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