El mensaje a García o la primera “fake news”


Por Gustavo Robreño Díaz

Mucho de fábula y falsedad  se arropa en el origen del mítico artículo “Un mensaje a García”, aparecido el 22 de febrero de 1899 en la revista neoyorquina “The Philistine”. Su autor: el hasta entonces desconocido periodista norteamericano, Elbert Green Hubbard.

Más que ajustarse a la realidad histórica, que “en buena ley” no era su intención,  Hubbard hizo una versión literaria de un incidente ocurrido el año anterior, en los albores de esa primera guerra imperialista, según Lenin, con la que Estados Unidos arrebató a España las islas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

De acuerdo con Hubbard, que no dice como lo supo –pues no estaba presente–,  el Secretario de Guerra (aunque historiadores aseguran que fue el jefe del Ejército de EEUU) le entregó al teniente Andrew Summers Rowan una carta para entregar a “García”, un jefe revolucionario cubano.

Dicho sea de paso, tampoco fue del interés de Hubbard detallar, aunque fuera en una breve Nota al Margen, que ese “García” se había ganado en tres guerras por la Independencia de Cuba el grado de  Mayor General, ostentaba para ese momento el cargo de Lugarteniente General del Ejército Libertador y tenía nombre completo: Calixto García Íñiguez.  

Según Hubbard, y con ello la “muy norteamericana” moraleja de cuento, Rowan no preguntó quién era García, ni hizo ningún comentario: salió del despacho del Secretario y se las ingenió para encontrarlo, sin saber siquiera en qué lugar de Cuba estaba.

Sin entrar en detalles de cómo lo hizo, dice el autor que Rowan se las arregló por sí solo para llegar a Cuba, que corrió mil peligros, atravesó la isla ¡y sin preguntar nada a nadie!, llegó al cuartel del jefe mambí y le entregó el importante mensaje.

Unas semanas después de publicar su artículo, el “iluminado” Hubbard recibió una carta del Presidente de una de las empresas ferroviarias más grandes del naciente imperio, la New York Central Railroad, solicitándole autorización para reproducir cien mil copias de su artículo.

Y fue así que nació la fábula…

Meses más tarde, una delegación de Rusia que negociaba con la ferrocarrilera neoyorquina, se interesó por el escrito, que llevó consigo a San Petersburgo y lo presentó al mismísimo Zar de Rusia. El monarca, también cautivado por el retrato del subordinado ideal que describe el artículo, ordenó traducirlo y que se le entregara un ejemplar a cada militar ruso.

Pasaron los años, y con los primeros compases de la Primera Guerra Mundial, los japoneses se dan cuenta que todos los prisioneros rusos hechos en el frente de batalla tenían en el bolsillo “un pequeño papel amarillo”. Uno de aquellos fue mandado a Tokio. Una vez traducido, ordenaron se le entregara a cada soldado y empleado japonés.

Así, más o menos, pasó con alemanes, españoles, turcos, chinos, franceses e italianos. Se dice que para 1913 se habían distribuido más de 40 millones de ejemplares y traducido a un sinfín de idiomas, convirtiéndose en ese momento –y aun por mucho tiempo después– en el escrito más publicado en el mundo, estando vivo su autor.

La verdadera historia

En correspondencia con la más estricta verdad, una vez tomada la decisión por el mando político-militar norteamericano de intervenir en la Guerra Hispano-Cubana, escamotear la inminente victoria de las huestes y coartar  la independencia de Cuba, el presidente Willian McKinley llamó a su despacho en la Casa Blanca al General Nelson Miles, a la sazón jefe del Ejército de los EEUU.

El mandatario indicó a Miles que se requería de un oficial que entrase a Cuba “sin documentación alguna y vestido de paisano” y transmitiera “verbalmente” al Mayor General Calixto García, Jefe del Departamento Oriental del Ejército Libertador, que el presidente de los Estados Unidos quería obtener el compromiso de ese mando en apoyar un desembarco inicial de tropas norteamericanas en la región oriental de la Isla, así como de las operaciones militares subsiguientes, con el objetivo final de tomar la Ciudad de Santiago de Cuba y acelerar así la capitulación de España.

En cumplimiento de la orden presidencial, Miles consulta al Coronel Arthur Wagner, Jefe de la Inteligencia Militar, quien recomienda para la misión al Teniente Rowan, un Oficial de Inteligencia graduado de la academia militar de West Point, que había cumplido misiones previas en otros países de América Latina y que hablaba perfectamente el español.

Nada dijo tampoco Hubbard en su fábula, que desde el momento mismo en que recibió la misión y hasta que regresó nuevamente a Washington, Rowan contó para el buen desenvolvimiento de su misión con los aseguramientos que le garantizaron, incluso una vez dentro de Cuba, los más importantes representantes del exilio cubano en EEUU.

De tal modo el 15 de abril 1898 se entrevistó en Nueva York con Tomás Estrada Palma, delegado del partido Revolucionario Cubano desde la Muerte de José Martí, quien le dio indicaciones y recomendaciones para presentarse en Kingston, Jamaica, ante el representante del Partido en esa  Isla, Octavio Lay, quien le garantizaría los medios para trasladarse a Cuba.

El día 18 partió de Nueva York y el 23 de abril arribó a Kingston, donde Lay planteo la misión al Comandante del Ejército Libertador, Gervasio Sabio, de llevar a Rowan –no solo hasta Cuba–, sino hasta la presencia misma del Mayor General Calixto García.

Sabio y Rowan salieron hacia Cuba en una pequeña embarcación, junto a un grupo de cubanos, y desembarcaron en la Ensenada de Mora, al pie de la Sierra Maestra, en el oriente de la Isla.

Para nada pasó Rowan en Cuba las vicisitudes que narra Hubbard, en su afán por resaltar  las virtudes de un hijo del país “elegido y ya listo” para regir los destinos del mundo. No más llegó y allí lo esperaba un escuadrón de caballería, mandado por el Teniente Eugenio Fernández Barrot, de las fuerzas cubanas de Manzanillo, que operaban comandadas por el General Salvador Ríos, quien ordenó a Fernández trasladar al “gringo” hasta Bayamo, dónde acampaba el Jefe del Departamento Oriental.

Es así que el 1º de Mayo de 1898 Rowan es conducido a una casa de esa ciudad –que hacía las veces de Cuartel General– donde fue recibido por el Mayor General Calixto García. Sólo el coronel Tomás Collazo, Jefe de Estado Mayor de las fuerzas orientales, estuvo presente en la conversación.

En las primeras horas del siguiente día, 2 de mayo, Rowan emprendió el viaje de regreso, igualmente escoltado por fuerzas cubanas, esta vez hasta la costa norte de la región oriental, donde una pequeña embarcación lo condujo varas millas mar afuera, hasta un punto en que fue recogido por un barco de bandera norteamericana que lo trasladó hasta Cayo Hueso. De ahí siguió viaje hasta Washington.

Así que, a pesar de lo que dice Hubbard, tampoco en su regreso se vio Rowan sólo ni aislado, ni necesitó de la iniciativa e independencia de pensamiento con que se le dotó en el relato. Desde Bayamo y hasta la propia capital norteamericana fue acompañado por los oficiales mambises, general Enrique Collazo y coronel Charles Hernández. 

De tal modo se fraguó la que, quizás, puede ser la primera “fake News” en la historia del imperialismo norteamericano, y por la cual se le adjudicaron al “eficiente” Rowan –en un texto de intencionado contenido discriminatorio para con los cubanos– hazañas que solo podía cumplir un ser superior, es decir, nacido en aquel país que tenía el “destino manifiesto” de adueñarse del mundo.

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