Cuba, primera guerra imperialista (final)


Por Gustavo Robreño Díaz

El 20 de junio de 1898 comienza a ponerse en práctica el plan de sitio y captura de Santiago de Cuba propuesto por el mayor general Calixto García.Tropas cubanas al mando del general Agustín Cebreco ocuparon posiciones al oeste y noroeste de la ciudad, con la intención de interceptar la posible la llegada de refuerzos y hacer creer a los españoles que esa sería la dirección principal de ataque.

Al día siguiente, un numeroso destacamento de combatientes cubanos se ubicaba cerca de Guantánamo, con la intención de impedir el envío de refuerzos españoles desde esa ciudad.

En la tarde del propio 21 de junio se iniciaba el desembarco del contingente expedicionario estadounidense. Los primeros en ganar la costa en la playa de Sigua fueron los 530 hombres de la Brigada de Bayamo, al mando del coronel Carlos González Clavel, que ocupan las alturas y el poblado de Daiquiri en las primeras horas del día 22. Es decir, que el papel de vanguardia en el desembarco y primeras acciones en tierra del “flamante” contingente lo desempeñaron fuerzas cubanas.

Avanzado el día 22 desembarca entonces la 2da División de Infantería, al mando del general Lawton, que avanzó precedida por los de la Brigada de Bayamo hasta ocupar las alturas de Firmeza y la playa de Siboney. Precisamente por allí desembarca el 23 la 1ra División de Infantería y durante el 24 el resto del Cuerpo Expedicionario, que para la noche de ese día se encontraba completo en tierra y comienza su avance sobre Santiago de Cuba.

Bajas no previstas

Cuando solo han avanzado cuatro o cinco millas se produce en las alturas de Las Guásimas el primer encuentro con las defensas españolas, que causan a los pretendidos “salvadores de Cuba” la considerable cifra de 17 muertos y 52 heridos. Inexplicablemente, luego de rechazar con bravura el avance norteamericano, los españoles abandonan esa posición ventajosa y retroceden hasta el poblado de El Caney y las alturas de San Juan. En la mañana del 26 los norteamericanos ocupan Las Guásimas.

Luego del impacto negativo que, tanto entre la tropa como en la opinión pública de ese país, causaron las bajas en la euforia inicial de los norteamericanos -desde entonces remisos a “poner” los muertos-, sus jefes “trabajaron” sobre los errores cometidos y solo el día 29 ordenaron avanzar sobre El Caney y las lomas de San Juan.

El poblado de El Caney se encontraba bien defendido por unos mil 500 españoles al mando del general Vara del Rey, que tenía su Puesto de Mando en el fuerte y las alturas de San Juan la custodiaban unos 2 mil efectivos al mando del coronel Vaquero. A las tropas cubanas, 4 mil hombres al mando de los generales Calixto García y Jesús Rabí -la ya referida Brigada de Bayamo se mantenía como vanguardia del Cuerpo Expedicionario-, se les da la misión de proteger las posiciones de fuego de la artillería norteamericana en ambos sectores.

En la mañana del primero de julio se inicia el asalto. La embestida norteamericana –5 mil hombres en ambas direcciones- encuentra una tenaz resistencia por parte de los españoles, que los obliga a introducir refuerzos y variar la táctica en el ataque, según lo que allí mismo sugirió el general Calixto García. Nuevamente los cubanos dicen que se debe hacer y solamente así se logra que, pasadas las cuatro de la tarde y luego de más de diez horas de combate, caigan ambas posiciones.

Se calculan entre 500 y 600 las bajas norteamericanas en la acción de El Caney y que la fuerza española fue prácticamente aniquilada, incluido el general Vara del Rey, que cayó en una emboscada de la caballería cubana.

Por su parte, en la defensa de las alturas de San Juan la artillería española hizo tales estragos al atacante que fue necesario el envío de refuerzos, tanto de infantería como de artillería. Se estiman en aproximadamente mil las bajas norteamericanas en esa acción, incluidos varios jefes.

Indecisión y duda

En la mañana del 2 de julio se rechazó un contraataque español y para la tarde de ese día las fuerzas norteamericanas ya habían llegado, con el apoyo en todo momento de los cubanos, al punto previsto en el plan propuesto por Calixto García y sus tropas conformaban una línea que bordeaba la ciudad por el este y el noreste.

Sin embargo, luego de cruentos combates y un número no previsto de bajas, el estado de completamiento y moral combativa de aquella fuerza hizo dudar a su jefe sobre si continuaba en el cumplimiento de la misión o retrocedía hasta Siboney en espera de refuerzos.

Sobre este momento dice el capitán Aníbal Escalante Beatón en su libro “Calixto García, su campaña en el 95”; que Shafter se escudó haciendo alusión a que los atrincheramientos españoles eran inexpugnables y que no contaba con superioridad de hombres para atacar a un adversario bien protegido. Sin embargo, asegura Escalante Beatón, que la causa fundamental del pesimismo de Shafter era el elevado e imprevisto número bajas -más de 2 mil- que ya acumulaban las fuerzas norteamericanas en menos de 15 días de la campaña, solo en los accesos de Santiago de Cuba.

El hecho de que la opinión entre los principales jefes norteamericanos fuese dividida y el apoyo irrestricto de los cubanos –liderados por Calixto García- a la opción de no retroceder y mantener la posición alcanzada, para avanzar cuando se considerara oportuno, hizo que Shafter no tomara una decisión de inmediato.

En esa precaria situación de indecisión se encontraban los norteamericanos cuando, a la mañana del 3 de julio, corre como pólvora la noticia de que la Escuadra se aprestaba a salir de la bahía y lanzarse a lo que, sin lugar a dudas, sería un suicidio seguro. En pocas horas los buques al mando de Cervera fueron –uno a uno- blanco de una voraz cacería por parte de la Escuadra norteamericana que los aventajaba en cantidad, velocidad, así como calibre y alcance del armamento.

Ya sin la escuadra como amenaza, amén del efecto psicológico triunfalista que ello causó, en menos de 24 horas Shafter modificó su talante y comenzó a hablar, no retirada norteamericana, sino de rendición española.

Aún así, no se acometen acciones ofensivas por parte de los norteamericanos. El día 8 comienza el arribo de refuerzos, directamente desde Estados Unidos, que el 10 se unen al contingente que rodea la ciudad, y esa misma tarde se inicia el asalto, precedido de un intenso duelo artillero. Toda la esa noche bramaron los cañones en una y otra dirección, a los que se unieron la artillería cubana y los buques de la Escuadra norteamericana, que comenzaron a golpear puntos sensibles de la ciudad y la defensa española.

Así se mantuvo la situación hasta las 2 de la tarde del día 14, en que las autoridades militares españolas aceptaron la propuesta de capitulación de la plaza, firmándose los documentos correspondientes al siguiente día. En las condiciones de la capitulación quedaron comprendidas -además de Santiago de Cuba- las ciudades de Guantánamo y Baracoa, a la vez que se producía allí la primera gran ingratitud y muestra de mala voluntad del ocupante extranjero.

A pesar del imprescindible apoyo brindado, el mando militar norteamericano impidió la entrada a Santiago de Cuba de las fuerzas del Ejército Libertador al mando del mayor general Calixto García, a quien ni siquiera se invitó a la ceremonia de capitulación.

Santiago de Cuba fue el último reducto del poder colonial español en la Isla, que el 12 de agosto decreta un cese de hostilidades, quedando el escenario listo para que el 10 de diciembre se firmara en París un Tratado de Paz, otra vez, con la exclusión de los cubanos.

A tenor de dicho Tratado, además de que concluía aquella guerra, que marcó el surgimiento de Estados Unidos como potencia imperialista, se establecía que al mediodía día del 1º de enero de 1899 se arriara el pabellón español del Castillo del Morro. Sólo que, en su lugar, se izó una bandera foránea, no la de la estrella solitaria que, como dijo el bardo matancero, fue “honroso sudario de tantos guerreros difuntos”.

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