Che Guevara: un cronista de su tiempo


Por. Gustavo Robreño Díaz

A la par que un revolucionario “sin tacha y sin miedo”, el Che Guevara fue un excelente cronista, que dominó a la perfección el oficio del periodismo. Al referirse a esa faceta de su heroica existencia, el Comandante en Jefe Fidel Castro dijo que “nunca escribió sobre nada que no lo hiciese con extraordinaria seriedad, con extraordinaria profundidad».

En sus «Apuntes para el Che escritor», la destacada intelectual cubana Graciela Pogolotti asegura que “…se convirtió en uno de los mejores prosistas de nuestra lengua (…) Eludió imágenes floridas y prefirió siempre la palabra justa, la necesaria. Sus textos eran reflejo indeleble de su pensamiento fresco y claro, en los que predominan las frases breves y ejerce un predominio absoluto la acción…”

Cuando se leen sus crónicas, artículos periodísticos –e incluso sus cartas y diarios–, salta a la vista que no existe ningún objetivo incidental que perturbe la solidez y el desarrollo lógico de su discurso. Enemigo del paternalismo, sus juicios eran breves, concisos y directos.

La forja

Como antecedente más directo de su vocación literaria estuvo su pasión por la lectura. En su libro “Mi hijo el Che” (La Habana 1988) su padre narra como, de niño, el asma obligaba al pequeño Ernesto a permanecer en reposo y “aprovechaba entonces ese tiempo de quietud física para leer y leer”. Con el tiempo ello se fue convirtiendo en un habito y asegura Don Ernesto Guevara Lynch que su hijo, a los 12 años, “poseía la cultura de un joven de 18”.

De acuerdo con el periodista argentino, Horacio López Das Eiras, el joven Guevara “mantuvo un vínculo inseparable con los libros” y siendo un adolescente ya hablaba de Sartre, Kafka, Camus, leía a Miguel Ángel Asturias y recitaba de memoria a José Martí. Precisa López Das Eiras en su libro “Ernestito Guevara, antes de ser el Che”, que la biblioteca de los Guevara, tanto en Córdoba como luego en Buenos Aires, reunía varios miles de volúmenes de literatura universal, historia, filosofía (incluidos Marx, Engels y Lenin), psicología, arte y aventuras.

Osvaldo Bidinost, que en la adolescencia visitaba “el fascinante zoológico humano” que era la casa de los Guevara en Córdoba, cuenta que se quedaban hasta la madrugada debatiendo sobre literatura.

De su experiencia como jugador de Rugby –entre 1942 y 1950– primero en Córdoba y luego en Buenos Aires, surgió el Ernesto Guevara periodista que en 1951 fundó, junto a su hermano Roberto y un grupo de amigos, la revista “Tackle”, que fue la tercera publicación especializada en Rugby que se editó en Argentina. La revista, que incluía crónicas variadas y fotos de los campeonatos amateur de Rugby, se hacía en su propia casa de Buenos Aires y tenía una frecuencia semanal, los sábados. El primer número vio la luz el 5 de mayo de 1951 y el onceno y último, el 28 de julio, al verse obligados a desistir de su publicación por falta de fondos.

En 1953, durante su segundo viaje por Latinoamérica, visita Panamá. Allí publica, en la revista “Siete”, sus primeros dos artículos en medios profesionales: “Un vistazo a las márgenes del gigante de los ríos” y “Machu Picchu, enigma de piedra en América”. En ambos muestra su predilección por la crónica como genero periodístico y conjuga con acierto reflexiones filosóficas con explicaciones históricas y culturales que serían constantes en su producción literaria posterior.

De sus jornadas guatemaltecas, en 1954, nos dejó “El dilema de Guatemala” y “La clase obrera de los Estados Unidos ¿amiga o enemiga?”, en los que examina el papel jugado por los medios de información en la campaña orquestada contra el gobierno de Jacobo Arbenz.

En México, hacia donde se dirige en 1954 luego del derrocamiento de Arbenz, el periodismo cobra una nueva dimensión en la vida del futuro guerrillero, incluso como actividad laboral. Comienza a trabajar como fotógrafo de la revista «La Función del Médico en América Latina», consolidándose para siempre su afición por la fotografía.

En 1955, un trabajo de investigación que había presentado para optar por una residencia en el Hospital General de Ciudad México –»Investigaciones cutáneas con antígenos alimentarios semidigeridos»–, aparecerá publicado en la «Revista Iberoamericana de Alergología».

En el propio México se desempeñó también como redactor y fotógrafo de la “Agencia Latina de Noticias”, desde donde cubrió los segundos Juegos Deportivos Panamericanos, que se realizaron en ese país. Sobre ello contó en una carta a su amiga, Tita Infante: «Mi trabajo durante los Juegos Panamericanos fue agotador en todo el sentido de la palabra, pues debía hacer de compilador de noticias, fotógrafo y cicerone de los periodistas que llegaban de América del Sur».

Por esos días, con una vieja cámara de 35 milímetros que le prestó el refugiado español Rafael Baena, ganó el sustento tomando fotos en fiestas infantiles y como fotógrafo ambulante en el Parque España, del Distrito Federal. Sintió siempre inclinación por tomar fotos y le cautivaron las cámaras fotográficas. En cierta ocasión dijo “Antes que comandante, fui fotógrafo”.

Otra anécdota de México nos revela su vocación por el periodismo. Uno de los días previos a la partida del yate Granma en 1956, y según testimonio del expedicionario Carlos Bermudez, el Che lo invitó a una librería. Allí el j´ven argentino comenzó a seleccionar libros y cuando, por la cantidad comprada, tenía derecho a escoger un ejemplar gratuitamente, optó por “Reportaje al pie de la horca”, del periodista checoslovaco Julius Fucík.

Su voz en el papel.

El período posterior a 1959 fue, literariamente, el más fecundo para el Che Guevara. A pesar de sus múltiples responsabilidades, y restándole tiempo al necesario descanso, encontró siempre tiempo para escribir. La Revolución cubana tuvo en él, no solo a uno de sus protagonistas y símbolos más altos, sino también a uno de sus cronistas más preclaros.

Tan pronto es nombrado al frente de del Departamento de Capacitación del Ejército Rebelde, en abril de 1959 funda la revista “Verde Olivo” con el objetivo de instruir en sus funciones a los combatientes, a la vez que elevar su nivel cultural y conciencia revolucionaria. Las páginas de Verde Olivo fueron el espacio que empleó para desarrollar un periodismo analítico sobre la actualidad nacional e internacional de su tiempo, que tuvo como inexcusable eje central: la verdad.

Sobre ello escribió “el principio fundamental de la propaganda popular es la verdad y ha de preferirse siempre, aun cuando sus efectos sean menores, en comparación con una mentira cargada de oropel”. Ceñirse a la verdad, decía, “como dedo en un guante”.

Para que la verdad de la revolución cubana trascendiera las fronteras de la isla y como forma de romper el monopolio de la información que ejercían los Estados Unidos en el Continente, puso todo su empeño en la creación, en junio de 1959, de la agencia de noticias “Prensa Latina”. De acuerdo con el destacado periodista y revolucionario argentino Rodolfo Walsh, daba lo mismo leer los artículos del Che en “Verde Olivo” que escucharlo por Televisión, “era un hombre sin desdoblamiento; sus escritos hablaban con su voz y su voz era igual en el papel”.

Al regreso de su primer viaje al exterior, en septiembre de 1959, escribe diversos artículos sobre los países visitados, en los que entrelaza política, economía, historia, cultura y sociedad de Egipto, India, Japón, Indonesia, Sri Lanka, Paquistán y la ex Yugoslavia. Paralelamente concluye «La Guerra de Guerrillas». En su prólogo precisa; «Este trabajo pretende colocarse bajo la advocación de Camilo Cienfuegos (…) todas estas líneas y las que siguen pueden considerarse como un homenaje (…) al revolucionario sin tacha y al amigo fraterno».

En abril de 1960 inicia en Verde Olivo su sección habitual “Consejos al Combatiente” en la que, con el pseudónimo de “Francotirador”, aborda temas inherentes al proceso de transformación de aquel ejército guerrillero en una fuerza armada regular. Fueron crónicas en las que desbordó su estilo: con frecuencia agudo, pletórico de ironía y provisto de un fino sentido del humor.

En 1961 comenzó a escribir una nueva sección; “Pasajes de la Guerra Revolucionaria”, con la que se propuso incentivar en los protagonistas de la epopeya cubana en la Sierra Maestra la necesidad de preservar del olvido tanto heroísmo, muchas veces, anónimo y disperso. Tenía el interés del cronista que se esfuerza en conservar la memoria histórica de su pueblo. Van pasando los años, alertaba, y “el recuerdo de la lucha insurreccional se va disolviendo en el pasado sin que se recojan claramente los hechos”.

En 1962, posterior a los días “luminosos y tristes” de la Crisis de Octubre, plasmaría en su trabajo “Táctica y estrategia de la Revolución latinoamericana”, su más profundo sentimiento de admiración y respeto por el pueblo cubano: Es el ejemplo escalofriante, decía, “…de un pueblo que está dispuesto a inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a sociedades nuevas…”

Diarios de entereza y ejemplo.

Durante la gesta guerrillera en la Sierra Maestra, como el más esforzado de los corresponsales de guerra, consolidó su práctica de recoger ordenada y cronológicamente los pormenores de cada jornada guerrillera.

Esa costumbre suya se mantuvo en los días de la gesta boliviana y ello le permitió legar a la posteridad uno de los más importantes documentos en la historia de los movimientos de liberación nacional en nuestro continente: “El Diario del Che en Bolivia».

En la «Introducción necesaria» –que a manera de prólogo acompañó su publicación– el líder de la Revolución cubana consideró el diario de Bolivia como un documento de inapreciable valor, “poseedor de información pormenorizada y rigurosamente exacta”.

Cuarenta años después, en sus «Cien Horas» con Ignacio Ramonet, al referirse al épico diario Fidel reafirmó que se trata de «un documento de valor inapreciable para conocer todo lo ocurrido, su idea, su imagen, su entereza y su ejemplo».

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