Por Gustavo Robreño Díaz
Corría el año 1880 y Francia había iniciado en Panamá la apertura de la ansiada senda interoceánica en Centroamérica.
El joven José Martí, atento siempre a lo más avanzado de la ciencia y el progreso, conoce de la monumental obra y en sentidos versos manifiesta su admiración:
“…Respeto al buen francés, bravo y robusto, rojo como su vino, que con luces de bandera en los ojos, pasa en busca de pan y gloria al Istmo donde muere…”
A su vez, le preocupaba a Martí el futuro de Panamá, ante las manifiestas intenciones norteamericanas de boicotear el intento francés y acometer la magna obra, con el manifiesto propósito de adueñarse de ella, lo que equivalía a adueñarse –como hizo– de la nación istmeña.
Así lo plasmó, de forma premonitoria, en un artículo publicado en el diario caraqueño “La Opinión Nacional”, tan pronto como el 26 de noviembre de 1881:
“…Como propiedad suya mira el Canal el gobierno norteamericano (…) Francia hizo saber (…) al gobierno de los Estados Unidos que (…) nada se reservaba de los probables beneficios de la magna empresa (…) con lo que estorba que estos se miren como absolutos dueños de la vía…”
Sin embargo, incontrolables brotes de malaria y fiebre amarilla que sembraron la muerte entre obreros y técnicos, malos manejos económicos y errores de cálculo en la magnitud de la obra, hicieron que luego de nueve años de trabajo, se frustrara el sueño francés del Canal.
El esfuerzo de sus compatriotas en aquel malogrado intento tampoco fue ajeno a Martí. En su magistral y siempre vibrante alegato “Vindicación de Cuba”, publicado en The Evening Post, de Nueva York, el 25 de marzo de 1889, precisaba con orgullo:
“…Los cubanos se han señalado en Panamá por su mérito como empleados, médicos y contratistas…”
Panamá: casa y abrigo seguro
Inmerso en la vorágine de correspondencia, viajes y reuniones que generaban los preparativos de la “Guerra Necesaria”, Martí llega a Panamá por primera vez, en tránsito hacia Costa Rica, el 27 de junio de 1893. El diario local “El Cronista” anunció su llegada.
Es recibido en la ciudad de Colón, en el atlántico panameño, por el patriota cubano Manuel Coroalles, quien desde los días de la “Guerra de los Diez Años” (1868-1878) tendió la mano a muchos cubanos, que encontraron en su casa abrigo y refugio seguro.
El verbo fogoso y las ideas emancipadoras de Martí cautivaron a este médico espirituano, quien no solo compartió con el recién llegado su mesa y su casa, sino que lo presentó ante un grupo de emigrados cubanos a los que tuvo oportunidad de dirigir la palabra y esbozar su sueño de libertad.
Fue tal la empatía mutua, que dos días después ya Coroalles era Agente Especial del Partido Revolucionario Cubano en Panamá, con la certeza martiana de que “… “pondrá todo su inmediato empeño en la labor que le he echado encima”
Apenas transcurrido un año, en el afán de precisar cada detalle y recabar el esfuerzo supremo de la emigración para el inicio de la nueva contienda en la Isla, Martí llega por segunda vez a Panamá el 21 de junio de 1894.
Arriba procedente de Costa Rica, donde con iguales propósitos se había entrevistado con los generales Antonio Maceo, Flor Crombet y Agustín Cebreco.
Lo guiaba en su peregrinar la premura por promover el levantamiento armado que haría posible la tamaña obra de la independencia de Cuba e impedir con ella que los Estados Unidos cayeran “…con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América…”
En este, su segundo peregrinar centroamericano lo acompaña el joven Francisco Gómez Toro (Panchito), quien para ese momento no pasaba de ser el hijo del mayor general Máximo Gómez.
Apenas dos años después, la historia de Cuba lo arropó para siempre como el heroico capitán que, en gesto supremo, entregó la vida por impedir que cayera en manos del enemigo el cuerpo sin vida de su jefe, el mayor general Antonio Maceo.
El vapor zarpó de la bahía de Puntarenas, por entonces un pequeño pueblo de pescadores en el atlántico costarricense, en horas del mediodía del 18 de junio de 1894.
Nuevamente arriba a territorio panameño por el puerto de Colón en la tarde del día 21 de ese propio mes de junio. Allí debe permanecer hasta el siguiente día, en que continuará viaje a Jamaica.
En Colón lo esperaba con impaciencia “el buen Coroalles”, como él mismo lo llamó, quien una vez más le sirvió de guía y compañía en las escasas 24 horas que permaneció en Panamá.
A pesar del cansancio de la travesía, que el propio Martí describió como “desesperante”, presumiblemente por su lentitud, el prócer cubano no descansa y continúa ajustando los detalles de la magna obra revolucionaria, a la que ha dedicado la flor de su juventud y lo mejor de su intelecto.
Desde Colón escribe, en la madrugada del día 22, una misiva al general Antonio Maceo. Considera la propuesta del general Flor Crombet para comprar en Panamá parte de los aseguramientos para la expedición que los llevaría a Cuba “… complicada, como de muchas manos (…) y de cierto riesgo…”
En la mañana de ese propio día 22, poco antes de partir, escribe a José María Izaguirre, el insigne bayamés que en 1877, siendo director de la Escuela Normal Central de Guatemala, lo incluyó en su claustro como profesor de literatura.
Las primeras líneas de la carta dan fe de su febril actividad en esos momentos: “…No es así, en la prisa de un hotel, de un vapor a otro, como quisiera escribirle (…) no más pompa necia ni alarde que nos pone en manos del enemigo. Todo está a punto y andando…”
Así partió, como otras tantas veces, “…sin sacudirse el polvo del camino…” No tuvo la oportunidad de volver a Panamá, ni el triste privilegio de ver hechos realidad sus temores y alertas sobre las apetencias imperialistas en América Latina.
El 19 de mayo de 1895, “sin patria pero sin amo”, una descarga enemiga le impidió conocer que en noviembre de 1903, de la mano de Estados Unidos y fruto de un ignominioso tratado “a perpetuidad”, nacería tutelada la República de Panamá.