(Primera parte)
Por Marilú Uralde Cancio
(Fragmento)[1]
La intervención militar en Cuba y la posterior ocupación del país por el gobierno norteamericano, no solo impidió la derrota total del colonialismo español en Cuba por las fuerzas del Ejército Libertador, sino que propició la creación de mecanismos para intentar anexarse el país, o en última instancia, establecer las bases para la formación de un estado neocolonial, dependiente de una nueva metrópoli: Estados Unidos.
Luego de la capitulación española, según han sostenido historiadores y políticos estadounidenses, una retirada del ejército norteamericano “era imposible e imperdonable”, pues antes debía normalizarse la situación económica, política, social y militar del país.
De ahí que el proceso que acompañó la creación de las primeras estructuras militares neocoloniales compuestas por cubanos, no fue espontáneo ni improvisado. Muy por el contrario, devino una de las direcciones principales de las fuerzas de ocupación estadounidenses, para garantizar la estabilidad política, no sólo de esos momentos, sino del futuro.
El embrión
De hecho, la conformación de los primeros núcleos armados integrados por cubanos se hizo de forma independiente por cada uno de los jefes norteamericanos en los territorios bajo su mando, con la misión de “proteger la vida y hacienda de los ciudadanos contra las agresiones del bandolerismo”, por lo que desde su misma creación establecieron una estrecha relación – que con el tiempo devino dependencia– con los propietarios de tierras, ganado, comercios etc.
La designación por parte de las fuerzas de ocupación de miembros del Ejército Libertador para integrar los núcleos iniciales de fuerzas militares cubanas fue intencional. En principio, escogieron aquellos hombres que, si bien no eran anexionistas, tampoco mostraban resistencia a la idea o veían con cierta admiración a los ocupantes.
Las autoridades norteamericanas de ocupación reconocían en ellos varias ventajas como: disciplina, organización, tenacidad, dominio del terreno en que operaban, hábitos de la vida en campaña, inmunidad a las enfermedades locales y domino del idioma.
Además, se evitaban así peligrosos enfrentamientos con la población hostil del territorio –tan ladinamente ocupado por ellos– y al mismo tiempo pasaban como “dadivosos” al pagar a esos cubanos los servicios que les prestaban, cuando la realidad era que les resultaba mucho más económico que si lo tuviesen que realizar sus tropas.
No obstante, aunque estos grupos iniciales de cubanos armados fueron creados bajo su égida y a la medida de sus intereses, el ocupante norteamericano los observó siempre con recelo. Por todos los medios trataron de que su composición fuera lo más reducida posible en cuanto a personal y armamento, a la vez que se insistió en que sus misiones se “limitaban” al orden interior.
Al ser la región oriental la primera ocupada por las fuerzas norteamericanas, también le correspondió la “primicia” en la formación de estructuras militares compuestas por cubanos. Fue concretamente en la ciudad de Santiago de Cuba, con el establecimiento allí del primer gobierno militar norteamericano el 17 de julio de 1898, donde se inició dicho proceso. El primer destacamento contó con una plantilla inicial de 20 hombres, que para finales de ese propio mes de julio se duplicó a 40.
Cuando el personal estuvo debidamente organizado y suficientemente instruido recibió para su mando los nombramientos de sargento primero: John Cabrera; sargentos: Isidoro Claramunt y José D. Sague Cabrera; cabos: ramón Rizo, Aristónico Fabra, Juan C. Acosta y Mariano Nordet; corneta: José Sánchez. Todos, antiguos oficiales del Ejército Libertador.
Un rasgo distintivo de esta pequeña fuerza es que la población de Santiago de Cuba la identificó como la “Escolta del General”, no sólo porque vestía el mismo uniforme que el ejército de ocupación, se alimentaba de raciones proporcionadas por ellos y sus instructores eran norteamericanos, sino porque siempre acompañaban al Gobernador Militar en sus desplazamientos por la ciudad, y en las misiones de orden interior que cumplían siempre invocaban el hecho de que lo hacían en nombre del citado oficial.
Fue precisamente esa la tropa, seleccionada en su condición de “primogénita”, la que tributó los “honores militares” al recién electo presidente de la naciente República, Tomás Estrada Palma, al llegar a Santiago de Cuba –el 1º de mayo de 1902– como parte de un recorrido, previo a su toma de posesión 20 días después, que se había iniciado en Gibara e incluyó Holguín, Bayamo y Manzanillo.
(Continuará…..)
[1] Tomado de: Cuadernos Cubanos de Historia de Cuba. Editora Historia, Instituto de Historia de Cuba. Año 2003